LA LEYENDA Y DESCRIPCIÓN DE
EN EL SIGLO XIX
El delicioso paisaje del Santuario de la Cueva, tantas veces visitado por nosotros en la infancia y juventud, es cada vez más atractivo, por la belleza del lugar, en que agua, tierra y peña, en sorprendente originalidad, produce un espacio recogido y suficientemente amplio, que se ofrece como regalo al visitante que desde que se construyó la carretera de Infiesto a Campo de Caso, en la década novena del XIX, tiene fácil acceso, muy próximo a la carretera general Torrelavega-Oviedo, puede dedicar unas oraciones que le aproximasen al Cielo en aquella compañía terrenal tan selecta.
En la actualidad, el automóvil, con la facilidad de transporte, dedica todavía la dirección de la Cueva, para pasar unas horas de esparcimiento, rodeado de encantadora situación, en que el mejor aprovechamiento del río con las finas aguas, brinda e incita a los turistas un complaciente baño. Una comida en las cercanías de la Cueva, en cómodos lugares, una pureza atmosférica, matizada de bonitos verdes, y la ilusión, lograda en parte, de hallarse en retirado lugar lejano de la circulación agobiante de la vía principal de comunicación a Oviedo, hace que se piense con agrado en un cómodo retorno, y en que el espíritu ensanche con satisfacción los nobles sentimientos del alma, en la actualidad disminuidos, porque lo que antes brindaba un recogimiento del alma fructificado en oraciones a la Virgen de la Cueva, ahora domina indebidamente la naturaleza y oculta excesivamente el fin humano de un Oratorio rústico, que es lo que en estos siglos pasados prevalecía en este recodo hermoso del río Ranera o de La Marea. La gran Roca que por el extremo SE se introduce en el agua, tranquila ahora, ha remansado miles de oraciones marianas que se depositaban en las tres ermitas, que los infiestinos y vecinos de Ques, fueron lentamente levantando como signo de fe y amor puro a la Inmaculada Concepción.
La presencia imponente del tamaño de la gran roca, la huidiza permanencia breve de las aguas del claro río, y la lenta aportación humana de sus modestas construcciones de sencillas obras amasadas con rezos rurales, han hecho que en estos siglos pasados ei lugar de la Cueva (o Covayón), variase imperceptiblemente, pero que acumulando, como si fuese terreno sedimentario, los de la naturaleza, el divino poso de las plegarias, las variaciones oríllales del líquido elemento, y lo que las humildes y toscas manos de los hombres fueron acumulando, se llega a los tiempos actuales, que si adivinan el esplendor de la naturaleza, no son capaces de percibir en aquella lenta sucsión de años, en un rosario interminable de variaciones lentas del lugar del Santuario. Se trata del fácil acomodo que la fe cristiana, de esa parroquia de Pilona y de otras colindantes, dieron nacimiento a un fervoroso oratorio, que como todas las cosas ha tenido una vida pasada, vibrante, sincera, pero muy desconocida, porque en aquellos siglos no existían en Pilona escritores que recogiesen las palpitaciones del Santuario, ni registrar las evoluciones vitales de su vida eclesiástica, ni tan siquiera registrar los cambios materiales de las ermitas.
Bruscamente, el siglo XIX, creyendo que su imaginación e inventiva eran casi infalibles en las interpretaciones, por apoyarse en fábulas, tradiciones y leyendas de siglos anteriores, estimaron que no existían soluciones de continuidad, en la larga continuidad de los años, y valientemente se lanzaron a escribir, inventando con locas fantasías las exageraciones e interpretaciones románticas, muy propias de aquella época, llegando a creer que lo que ellos mismos inventaban era una verdadera realidad sucedida en siglos anteriores. Estos espejismos históricos católicos-amo-rosos-eremíticos, escritos en el XIX con una audacia increíbles, fueron todavía en la segunda mitad de ese siglo y principios del XX, apoyados con nuevas invenciones que sirvieron para sellar como verdades completas, unas fantasías de siglos anteriores que ni estaban apoyadas en escritos antiguos, ni los órdenes arqueológicos e históricos de los personajes que intervienen, hubieron de existir tal y como los seudohistoriadores los crearon.
Las leyendas mal recogidas y remozadas son tal como nos las quieren ahora pasar como dechados exactos de verdad, se las reconoce con alguna verdad, porque no aportan detalles o matices de verosimilitud, ni concuerdan con los puntos de apoyo o referencias que esparcidamente hemos logrado reunir, para poder calificarlas como falsas en mayor o menor extensión. Porque hemos de indicar adelantadamente que lo ocurrido en el Santuario de la Cueva de Ques, es en general muy distinto a lo que nos han transmitido los escritores del siglo XIX, que creían ser sinceros, sin serlo, al no pensar más que en amores, guerras, «torres fuertes», castillos, y castellanas, pendientes de guerreros luchadores contra los muslimes, que en Castilla triunfaban y rendían sus heroísmos ante las bellas damas que ansiaban su triunfal regreso. Este tipo de leyendas tienen diversas complicaciones, alguna de las cuales, para la de la Cueva, siguen el sendero trágico de la castellana fallecida al regresar el amado de su corazón, originando tal desplome del corazón varonil, que no haya ya otro consuelo 'que el de hacerse eremita y trocar en lo posible el amor humano inmaculado de su amada perdida, por el más sublime y divino de tomar a la Santa Madre de Dios, como fuente inagotable de sus amores celestiales; seguro de no verse desasistido y hallarse algo consolado dentro de aquella vida que desea ver y sentirse extinguida al lado de su ermita fiel y materialmente viva en una naturaleza de piedra y agua consoladores.
Y para la Cueva de Ques, no fue como quisieron los fantásticos imaginativos escritores del XIX, porque no se conocen trabajos literarios que lo señalen en el XVIII; no existen trabajos manuales, de obras de piedra o madera que lo sean del siglo XV, porque la modestia del lugar, tan poco incorporada a la vida eclesiástica y social de Asturias, señalaron la trama compleja de «señores» hidalgos muy ilustres, que en sus vidas entremezcladas con el campesinado, dieran origen a una .«historia», digna de ser destacada y explicada en papeles escritos, en esta zona de Pilona, pobre,
. sencilla y feliz, a lo largo de siglos y siglos, llenos de zozobras y miserias si las comparamos con otras regiones, de mucha más vida de luchas y violencias, querencias, rivalidades, orgullos y pasiones humanas, unas veces adornadas de virtudes y otras de ignominias.
Ya en «Noticias de un Peregrino» (Madrid,1966), en la nota 62 hemos señalado un nuevo rumbo para el Santuario de la Cueva, y ahora que se .nos presenta, la ocasión de completar y rectificar en parte, nuestro criterio, hemos podido reunir nuevos datos sueltos, pero tan escasos y raquíticos que temo no puedan luchar con éxito contra los escritos de un D. Nicolás Castor de Caunedo, y contra las magníficas líneas de la Leyenda que supo escribir con estilo y belleza, en 'el tomo I de .«Asturias» de Bellmunt y Canella, el 'gran Rogelio Jove y Bravo, páginas 366 a 369.
Esperamos que a fuerza de orden unas veces, a fuerza de sujetarnos a detalles que hasta ahora habían pasado desapercibidos, y a fuerza de reducir las significaciones ampulosas a sus verdaderos límites de realidad, podremos «peñerar» la menuda documentación, para poder llevar un orientado buen sentido crítico a la exposición sutir y vaporosa de una nueva vida del tan querido Santuario para nosotros los infiestinos.
No buscamos con ello un desplazamiento peyorativo, de tan bello rincón, sino hacer destacar la dulzura y atracción que la naturaleza ofrece tan cerca del Infiesto. donde hasta ahora lo religioso tuvo tanta y destacada acción mariana, pero sin hacer un resalte de la historia novelesca, : sino un continuado ser tranquilo, como el deslizamiento de sus aguas, como el vivir de aquellos pilóñeses, que para sí mismos supieron crear el cariño de Dios, con la bonanza de un paisaje placentero en aquel rincón hermoso que los pasados ya lo estimaban como tal belleza, al dedicar las oraciones a.la Madre de Dios, y la sana satisfacción de querer aupar todavía más la gran roca "cretácica de Ques. La sensibilidad de los campesinos es a veces mucho más meritoria y sensible que la de los que viven en núcleos urbanos.
Si nos ceñimos un poco más al tema de este trabajo, indicaremos que D. Nicolás Néstor de Cáunédo, visitó el Santuario de la Cueva, según él mismo dice, el martes 14 de noviembre de 1848. Es una extraña y avanzada época otoñal para vi sitar las ermitas, que le encantan, así como el lugar, según explica en el artículo que publicó en el «Semanario Pintoresco Español» del 5 de mayo de 1850. La imaginación calenturienta de Caunedo quizá le hizo completar alguna nueva idea, expuesta al ilustre escritor en «El Cobayón», la llamada casa del Morgan, donde moraba doña Ramona Melendreras y García-Arguelles (hija de la propietaria de la finca, doña Javiera García-Argüelles y Piernes. natural de Beloncio, que estaba casada con un vecino de la parroquia ésta, un D. Gaspar Melendreras, según nos indica Rodríguez Salas, página 54 del detallado trabajo «El Caballero eremita o la Virgen del Santuario de la Cueva», La Coruña, 1969). Esta doña Ramona es posible que supiera alguna cosa sobre la Cueva de Ques, por su proximidad a ella, y lo transmitiera a su marido D. Ramón Caunedo, posible pariente del escritor D. Nicolás, en que por visita de éste a la casa, ya bien adentrado el otoño, justificase lo raro del escrito realizado con datos tomados el 14 de noviembre.Así se explica la exactitud de la descripción hablando de que para llegar al Santuario, atravesase el río Ranera por medio de un puente rústico formado por maderos. En el frontal del altar de la capilla de N. S. la Virgen de la Cueva, ve las armas pintadas de la casa de Lodeña, para pretender justificar la propiedad antigua del Santuario a la «torre» de Lodeña, escudo que nunca existió allí, ni las armas del altar ni el carácter romancesco del feudalismo de los Luceñas. Parece ser que efectivamente en la capilla de Nuestra Señora del Carmen, existió una cartela de los fundadores de la capellanía en 1706, que fueron don Diego Alonso Ribero Possada y su esposa doña Teresa Agustina Valdés Ludeña, señora ésta del coto de Ludeña. Según Rodríguez Salas, él pudo ver en la iglesia parroquial de Ques, ésta u otra cartela de los fundadores antes o en el primer cuarto del siglo XX. Otro madrileño que preparó el Santuario para la visita real de doña Isabel II. y describió en romance el admirado Santuario, cita también los apellidos de uno y otro fundador, pero no exactamente los mismos que nuestro amigo el infiestino Rodríguez Salas, puesto que menciona el de Valdés. sólo el Sr. Cortés y Suaña, y ambos el de Mendoza, que desorientó un tanto al Cronista de Pilona, que apoyándose en la torre feudal de los Ludeñas, se atrevió valientemente en 1907 (primera edición de «El Caballero Eremita» (Gijón, Cía. Asturiana de Artes Gráficas), a colocar la acción de la leyenda en el siglo XIII, porque figura un Mendoza, en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), llamado D. Iñigo, pariente del batallador D. Diego Lope de Haro. Mas como la leyenda es bastante firme en señalar a un portugués como protagonista principal de la misma, Rodríguez Salas, cambia el nombre de Iñigo por el de Ruderico y de castellano lo naturaliza portugués. De esta sencilla manera el cronista pilones, con toda sencillez y falacia, traslada la acción de la leyenda recogida de la tradición, unos cinco siglos, apoyándose en que ya existían en el coto de Ludeña señores principales de este solar, que hacia principios del siglo XIII era don Alvaro Gundisaivi («Epigrafía Asturiana» de Ciríaco Miguel Vigil, pág. 470), que en una de las variantes de la leyenda se hace compañero de armas del portugués, ambos amigos; pero, uno vi viendo en la torre fuerte de Ludeña y otro en la Cueva como eremita, penando sus muchos pecados, al lado de una imagen de Nuestra Señora, que la Madre de Redentor le había regalado por su piedad. En sueños la Santa Virgen, se le había aparecido al señor de Ludeña, en la torre fuerte, y le comunicó la existencia de la imagen que había entregado al penitente portugués, para que se le levantase edificio para ser adorada por todos. Fue entonces D. Gundisalvi quien localizó en la Cueva de Ques, al eremita, a quien reconoció como compañero de armas, que debido a sus sufrimientos estaba cerca de fenecer. Cumplió el señor de Lodeña la petición de Nuestra Señora, y desde entonces quedó en la Cueva el culto público de su imagen en la más pequeña ermita del Santuario. De esta manera tan sencilla y tan falsa quedó perfilada la leyenda de la Cueva, elevada al rango innecesario y artificial, como iremos viendo hasta donde nuestros escasos conocimientos y razones puedan informar a los lectores.

