Amable lector: Siempre los perfumes valiosos se hallan en frascos pequeñitos... Las puras esencias de la poesía, romance y prosa, dejan su estela a través de los tiempos. He aquí, entresacado de "MEMORIAS ASTURIANAS'' del 1860, un pequeño esbozo del pensar y sentir de la época, referido a lugar de privilegio, cual es el Santuario de la Virgen de la Cueva. Será, creemos, de tu agrado.
A. M. G.
Memorias Asturianas
LA CUEVA DE INFIESTO
A mí amigo D, femando Valdés Hev/a |
«En una hermosa mañana del presente mes y año, salí con dirección al Santuario cuyo nombre sirve de epifrafe a estas líneas, llevado a más de la sincera devoción que como cristiano viejo tenia, por cierta curiosidad en ver un sitio que varias veces había oído nombrar, deseo que nunca había tenido de satisfacer. Y es muy grato, después de haber visto con los ojos del alma las caprichosas formas que la mente se jorja, tocar la realidad, que regularmente siempre dista de nuestras suposiciones.
Entonces, al comparar el intervalo que existe generalmente entre lo que se creyó y lo que se mira, fijamos lo que va de uno a otro punto, ya encontrándonos con algo que es superior a nuestros juicios, o lo que es más frecuente, siendo nuestras ideales bellezas cortadas por un horizonte más limitado.
No dejó de sorprendente a mí, a pesar de lo alto que rayaba mi concepto, la poética ermita que, bajo un inmenso cobertizo de piedra se levanta humilde en las mansas orillas del río de la Cueva.
Allí, como en Covadonga, la obra pertenece en su parte principal a la naturaleza, siendo tan escasas las huellas del arte que apenan dejan admirar otra cosa que poética rusticidad.
Parecíame, al pasar el puente de madera con dirección al modesto Santuario, llamado por el clamoreo de su campana, parecíame, repito, atravesar alguno de esos románticos paisajes donde las ruinas de un convento o abadía entretienen el cansancio del viajero, sorprendiendo su marcha con un inesperado golpe de vista. Si mucho puede uno abstraerse en el tránsito, más aún después de haber llegado.
Acercábase el Sol a Occidente cuando descubrí la larga fila de piedras compactas que descendiendo en rápido declive, cobija en su seno una casa y dos capillas, amén de algunos vegetales que percibiendo acaso los vitales jugos de la Peña, como acertadamente observó uno de mis com-pañeros de viaje, se presentan verdes y lozanos, en medio de una sombra eterna.
La reducida capilla de la Virgen, que recordé en el acto haber visto fielmente reproducida en el Semanatorio pintoresco, sorprendió mi ignorancia arquitectónica, con una gran concha del mar, exactamente figurada en su bóveda.
Me pareció de muy buen efecto el pensamiento, cuando tantos productos del mal gusto vemos en obras del arte que tienen fama. El espacio que media entre esta ermita y otra que se halla enfrente de ella, al lado de la casa donde habita el capellán, es bastante reducido: en su fondo se veía un pulpito al que servía de natural sostén la Peña, bastante baja en aquel sitio.
Por lo demás, todo en aquellos instantes respiraba allí la más hermosa poesía. Los sacerdotes de las inmediaciones, paseando con su ropa talar por debajo de los umbrosos castaños: el toque de oraciones, tan lleno siempre de vagas y melancólicas armonías; el fervoroso rezo del devoto; la pequenez prosaica de la obra del hombre al lado de la mítica grandeza de la obra de Dios, influyeron en mi espíritu aquella tarde, prestándome esa inocente alegría que tiene el alma en separarse del mundo para acercarse al Creador.
En este momento, comprendí perfectamente que aquella augusta morada de la Religión y del silencio, hubieran inspirado a algunas almas fuertes que han llegado a visitarla, líricos arranques, dignos por cierto de su maravillosa estructura.
Allí, como en el hueco donde yace el caudillo que llevó a cabo la empresa
"de fundar otra España y otra Patria" más grande y más feliz que la primera,
siéntese el corazón fortalecido por el mágico poder que nos presta lo grande y lo Sublime.
En los lugares donde la tradición jómenla en cada peñasco una leyenda; en los campos que son como un álbum inmenso de nuestra Reconquista, el incrédulo mira y reflexiona, el poeta canta, el piadoso se postema y ora.
En esos valles y laderas, donde tuvo principio aquella lucha de siete siglos, cuyo desenlace fue tan heroico en las mezquitas moras de Granada, los extraños aprenden a conocer lo que vale ha mucho tiempo
el denuedo español.
Con tales reflexiones, dolíame ciertamente abandonar los poblados bosques de Inhiesto. ¡Qué de valles sin número recorrí con la vista en el tránsito y cuántas cordilleras de montañas, tan rectas algunas en su cumbre cual si fuesen trazadas a cordel! ¡Otras, cuyo hermoso perfil era un arco poblado de árboles centenarios! A cualquier lado que tendiera la vista, no se veía otra cosa que hermosas quintas de recreo, cuya perspectiva sería brillante a no impedirla lo quebrado del terreno.
En la orilla opuesta del río y enfrente de La Cueva, se celebró aquella tarde la Romería con ese dulce y patriarcal carácter de las reuniones del país.
La Sociedad Filarmónica de un pueblo inmediato entretenía al público con su ruido: yo hubiera preferido oír tocar a dos piloñeses que, con el tambor al hombro, miraban con extrañeza los instrumentos de metal que brillaban a los illtimos rayos del Sol poniente. A buen seguro que en aquellos dos hombres hubiera yo tenido que admirar mucho más que en la citada orquesta.
La alegre giraldilla, para cuyo baile son tan a propósito mis bellas paisanas, estuvo animadísima, aunque las voces argentinas de tanta hermosura, hubieron alegrado mucho aquel recinto, extendiéndose con más vigor.
PROCESION DE LA CUEVA
Y antes de repasar esa serie no interrumpida de montañas, y esos valles que muy pronto se verán serpenteados por una hermosa y elegante carretera, no dejaré los contornos, de este pobre y descolorido cuadro que trazó mi pluma, sin tributar antes un voto de gratitud, nacido de mi corazón, a las amables y hospitalarias gentes de Pilona.
Ya que por primera vez he tenido el placer de pisar su fértil campiña, cábeme hoy la más grande satisfacción cuando recuerdo la bondad innata de síts habitantes, y quiero dejar consignado en estas desaliñadas frases el justo homenaje de gratitud y admiración a que se han hecho conmigo acreedores. (1.a de Octubre de 1860.j H.»
Publicado en la fecha del 1 de Octubre del año 1860.
(Recogido en la revista Piloña de Octubre de 1967 )